mago de oz
  leyendas de terror
 


LEYENDAS DE TERROR










 



 


 


       Bazun no desechaba la alta tecnología; las computadoras, los scaners, las pócimas, los brebajes y los antiguos libros de magia, se mezclaban sin concierto en aquel descabellado laboratorio.
       -¡El poder será mío!- gritaba Bazun.
       En el centro de la estancia la cámara secreta, el mayor invento del mago, científico y ocultista Bazun, hervía como un brebaje de bruja a punto de estallar.
 

         -¡Es el momento! Al fin Terror descansará en mi hombro. No puedo fallar. ¡Ja, ja, ja!
       La carcajada reventó al tiempo que retumbaba la cámara.
       La tormenta se desató en el subsuelo de la Gran montaña, allí donde Bazun ocultaba su oscura morada. La cámara se abrió y el mismo inventor se sintió subyugado por la fascinante belleza de su creación.
       Las carcajadas acallaron la tempestad, se impusieron al resonar de la roca de la montaña. Bazun parecía haber perdido el juicio ¿pero quien no lo hubiese perdido observando la enormidad de su criatura?
       Llania atravesó las paredes de hielo verde de la cámara de Bazun. Su piel era blanca, inmaculada, sus formas sinuosas y perfectas, sus pechos turgentes y esbeltos. Sus gruesos labios de sangre viva, se abrieron para que su sonrisa deslumbrara aún más al enloquecido creador.


       -Llania- gritó este.- ¡Mi bella Llania!
       Y de nuevo las carcajadas del loco atiborraron en el laboratorio.
       -¡Viejo profesor, Franquestein! Palidecerías contemplando la belleza de mi criatura. Ja, ja, ja. Sus ojos y su corazón son lo único importante, pero ¿porqué no encerrarlo en un cuerpo, envidia del mismo Adonis de Sidor? Ja ja ja ja ja. ¡Mi excelsa criatura! ¡Gracias a ti Terror será mío!
       La hermosísima Llania sonreía en silencio y respetuosamente dejaba que el creador diese rienda suelta a su euforia. Su aterciopelada piel, híbrido de la ingeniería genética y la magia negra de Bazun, se ruborizaba levemente ante las palabras de elogio.
       -Sólo tus ojos, bella Llania, pueden ver a Terror.- le dijo- Solo tu corazón creado con acero y mis mejores pócimas tiene capacidad para enfrentarse a su poder. ¡Solo tú, Llania! ¡Eres única en tu especie! Y yo soy tu amo y señor. ¡Ja, ja, ja! ¡Tu misión está ahí fuera! Lejos de las profundidades de la Gran montaña. ¡Sal al mundo y tráeme a Terror! ¡Todo su poder será mío! ¡Lo necesito y tu me lo entregarás!
       Llania sonrió a su amo y pronunció un delicado sí. Sus enormes ojos azabache observaron el extraño mundo que el científico le mostraba a través de las gruesas paredes de roca del laboratorio. En aquella lejana ciudad moraba Terror, descansado en el hombro de su dueño. Nadie podía verlo, nadie podía rozarlo siquiera, su presencia se delataba únicamente por los terribles efectos de su poder: el miedo más intenso que jamás alma humana hubiese experimentado. Pero ahora Llania había llegado a este mundo. Sólo sus ojos serían capaces de descubrir a Terror, sólo sus manos que no eran de carne y hueso, podrían atrapar a Terror y tan solo su fuerte corazón de hielo verde soportaría su presencia.
       -¡Ve Llania!
       Llania obedeció.

DOSCIENTOS AÑOS ATRÁS

       Ros se secó los labios satisfecho. Se disponía a cerrar la cantimplora cuando un desgarrador grito estremeció todo su cuerpo.
       -¿Qué diablos es eso?- se dijo.
       Una jauría de aullidos de espanto parecía haber estallado a pocos metros de la colina en la que se hallaba.
       -¡Socorro!
       No cabía duda, algo espantoso estaba sucediendo. Aquella súplica desesperada lo arrancó de su sorpresa. Arrojó a un lado la cantimplora y salió a todo correr en dirección a los lamentos. Las zarzas se entretejían entre sus piernas pero los alaridos de horror que crecían a cada instante espoleaban su loco descenso.
       -¡Dios mío!- murmuró jadeando.
       Le faltaba ya el aire, el sol y el esfuerzo, provocaban una avalancha de sudor en su cuerpo, más no podía detenerse, el frenesí de los bramidos lastimeros lo azuzaban sin descanso.
       -¡Y ahora carcajadas!
       Unas cavernosas risas se elevaban sobre los gemidos. El concierto era espeluznante. Ros angustiado por la cercanía de la tragedia apretó el paso hasta encontrarse frente a frente con un espeso arbusto que le cortaba el avance.
       En su mochila no llevaba ningún objeto capaz de abrirse paso entre la maraña de ramas y espinas, así a todo tenía que atravesarla, los llantos suplicaban su presencia y su ayuda.
       Sus manos desnudas apartaron con gran esfuerzo el ramaje, su respiración agitada casi acallaba la delirante algarabía, solo podía escuchar con claridad el desbocado latir de su corazón. Ni siquiera el dolor ni la sangre que corría por sus manos a causa de las espinas del arbusto, consiguieron apartar sus ojos del horror que ahora observaba.
       Abrió la boca para dar rienda suelta al pánico que su corazón experimentaba y de sus labios no salió la más mínima palabra.
       Una caravana aparcada en un claro del bosque, enmarcaba el drama. Una familia de campistas: padre, madre y dos hijos pequeños, yacían en el suelo acosados por las morbosas risas. Media docenas de andrajosos motoristas de aspecto demoníaco, los rodeaban, atacándolos constantemente con unas barras largas de metal que recordaban a las lanzas utilizadas en tiempos lejanos. Un manto de sangre, de gritos y de polvo, cubría a los cuatro desgraciados. Los padres protegían con sus cuerpos sanguinolentos a los pequeños más los diablos, sin dejar de mofarse y de divertirse de lo lindo, descabalgaron de sus monstruos metálicos y decidieron trinchar con sus estacas de acero carne más joven.
       Ros había perdido el aliento. Sus pies permanecían clavados en el suelo mientras sus ojos desorbitados imprimían en su cerebro hasta el mínimo macabro detalle de aquella siniestra ejecución.
       Los gemidos se habían acallado. Solo las risas de las bestias de carne y hueso, la sangre y la muerte, reinaban ya en la arena. Las espinas que se clavaban en los dedos de Ros, lo devolvieron a la realidad. Apartó precipitadamente sus manos del arbusto y la ventana al infierno que el mismo había abierto, se cerró estrepitosamente.
       -¡Allá arriba hay alguien!- gritó uno de los monstruos.
       -¡Cojonudo! ¡La fiesta continúa!
       La ola de polvo, los aullidos demoníacos y el rugir de los motores de las bestias de metal, se lanzaron colina arriba en busca de más diversión.
       Ros no tuvo que pensar demasiado. Sus pies lo hicieron por él. Decidieron echar alas y poner tierra entre él y aquellos demoníacos verdugos.
       Saltaba zarzas, rocas, caminos, arbustos, troncos, un obstáculo tras otro, sin detenerse, sin pensar, sin descansar, respirando urgentemente, cabalgando al ritmo desenfrenado de su corazón. Los bramidos de los motores y de las gargantas de los bárbaros, lo seguían de cerca. Ellos no se cansaban, no jadeaban, no sudaban, no temblaban. Ros se quedaba sin fuerzas, sin aire, sin energía y aún así seguía corriendo. Sentía el aliento de los ejecutores en su nuca y su peste le espoleaba en el ascenso.
       -¡Quiero vivir! ¡Quiero vivir!- repetía su cerebro.
       Pero su tiempo parecía agotarse. Las lágrimas rodaron por su rostro al descubrirse pensando en todos aquellos planes que algún día había trazado y que jamás podría realizar.
       No tenía ninguna oportunidad. Ya no podía más. La cabeza estaba a punto de estallarle, los pulmones se resistían a absorber ni un gramo más de aire y su corazón se hallaba al límite de sus fuerzas.
       -Debo encontrar un escondrijo.
       Esconderse, esconderse como un conejo era lo que le restaba. Una extraña construcción de piedra posiblemente de los tiempos de los megalitos, se presentó ante él como la única oportunidad. No podía buscar nada mejor estaba completamente desfallecido y los motoristas le pisaban los talones. Se abrió camino entre las zarzas para llegar hasta ella. Sus pasos fatigados lo arrastraron hasta el interior y allí se dejó caer sin aliento.
       Las motos no tardaron en alcanzar la zona, rondaban el megalito como si pudiesen oler el miedo que entre las cuatro rocas se ocultaba. Ros intentaba calmar su pecho. Se apretaba el corazón para impedir que sus latidos llegasen a los oídos de los monstruos.
       -¡Tiene que estar por aquí!
       -Creo que se ha escondido.
       -Ja, ja
       -Tengo la estaca lista. Lo ensartaremos en ella y podemos cocinarlo como una pincho de carne.
       -¡Ja ja ja!
       -Una estupenda idea. El que lo descubra tendrá el derecho al primer bocado.
       La siniestra alegría de los ejecutores se clavó en el corazón de Ros con casi tanto dolor como lo haría la estaca metálica.
       Era el fin. Iba a morir, lo sabía y no podía defenderse, no tenía ninguna posibilidad. Su vida acabaría entre terribles gritos de dolor durante una larga tortura. Aquel sabor a hiel helada que reventó en la boca de Ros no era otra cosa que miedo, pavor en el mayor grado que él jamás había experimentado
       -¡No quiero morir!
       Inconscientemente alargó su mano hacia el suelo buscando algo con lo que defenderse. Un objeto helado fue capturado por sus dedos. Toda la sangre de su cuerpo se heló en ese instante. Unos ojos le sonreían satisfechos entre la maleza.
       -¡Lo tengo! ¡Es mío! ¡Yo le daré el primer bocado! Ja ja ja.
       Los rugidos se acercaron a su escondite, las carcajadas los acompañaban. Una lanza de metal se abrió paso entre la maleza antes de sus captores.
       -¡Sal, amiguito, vamos a divertirnos!
       Ros no sabía lo que hacía. Se levantó. Sus piernas temblorosas milagrosamente podían soportarlo. Su corazón parecía haber dejado de latir. Solo el hielo amargo del terror que secaba su boca, le recordaba que aún estaba vivo, aunque por poco tiempo.
       -¡Quiero vivir!- gritó aterrorizado
       Una carcajada general recibió su lamento.
       Ros alzó su mano derecha y amenazó a las bestias con el objeto con el que se había armado.
       Las carcajadas se acallaron. Los gestos se tornaron serios por un instante. Pero no tardaron en reventar de nuevo con más fuerza.
       -Ja. Ja, ¿Piensas matarnos arrojándonos una vieja calavera?
       Entonces Ros contempló por primera vez el objeto que alzaba. Sus dedos se aferraban a la parte trasera de un cráneo mugriento. Todo su cuerpo se convulsionó de espanto, espanto, por todo, por el horror que había presenciado, por el miedo que aquellas bestias le producían, por el terror a perder su vida, por hallarse allí blandiendo una profética calavera.
       -Quiero vivir, quiero vivir.- gritó con toda su alma
       Y el cielo le respondió. Aquel día soleado de camping se obscureció de repente. Las nubes negras lo tomaron al asalto y la luz desapareció de la faz de la tierrra. Los motores callaron, las risas cesaron y Ros invocó a la desesperada a la calavera.
       -¡Quiero vivir!
       Tenía tanto miedo que sus piernas se doblaron cayendo de rodillas sobre la tierra mientras las lágrimas de terror le inundaban el rostro.
       El cielo estalló a su grito. Miles de rayos cubrieron el horizonte. Los motoristas intentaron huir pero sus máquinas se habían callado para siempre. Permanecieron sobre ellas como muertos vivientes con sus demoníacos ojos clavados en la calavera.
       Un rayo cruzó el cielo y se dirigió hacia el mugriento cráneo. Entró por la órbita vacía del ojo y tras salir por la otra, ocupó repentinamente su boca.
       Ros soporto como pudo la descarga. Su cuerpo temblaba tanto que no podía distinguir la fuerza del rayo y la de su terror. En alto la calavera recibía el beso furioso del cielo, retumbaba llena de ira a punto de reventar. Ros la mantenía para el cielo y no apartaba ni un instante su mirada de ella. Al fin lo que esperaba sucedió. La fuerza de las alturas reventó en mil pedazos el viejo cráneo.
       Una mancha negra, un objeto quizás, un ente oscuro y siniestro osciló en el aire. Un ente desconocido tomó cuerpo de entre las sombras y rápidamente se encaramó en el hombro de Ros.
       El día retornó. La tormenta se disipó y Ros se puso en pie sonriendo. Solo tuvo que dar un paso, un solo paso al frente y los motoristas del infierno se desplomaron como estatuas de ceniza.
       Ros se sacudió la ropa. Se encontraba bien, estaba tranquilo. No había olvidado nada de lo que había sucedido mas no le parecía en aquellos instantes tan terrible. Dio una patada a unos de los montículos que un cuerpo de los motoristas había dejado y las cenizas se esparcieron por el aire.
       ¿Miedo? ¡No! No tenía miedo. ¿Cómo podría tenerlo? El terror había abandonado su alma para siempre.
       Terror encogió y estiró su masa negra y Ros se frotó su hombro derecho, ahí donde notaba un curioso peso pero donde nadie podía ver nada. 


       Llania abandonó la mesa de su despacho en el edificio Contar y se acercó a un espejo.
       Experimentó todo tipo de muecas y se sintió satisfecha del avance realizado hasta el momento. Ninguna humana podría tener mayor variedad de expresiones.
       -Soy Ela, supervisora de exposiciones- se dijo ante el espejo.
       Jamás nadie lo dudaría. Aquella personalidad que había adquirido a su llegada a Sidor había resultado mejor de lo esperado. Nadie conocía a Ela en la empresa. Solo esperaban a una mujer joven muy capacitada para su trabajo. Esa era Llania. En un par de semanas, mucho menos de lo que la verdadera Ela hubiese necesitado para ponerse al día, dominaba por completo sus obligaciones. Cómoda en su papel y conociendo la importancia que más que al arte, a las grandes reuniones, daban los ricos y poderosos de Sidor, se apresuró a organizar la más fastuosa de las celebraciones que Jonel Exposiciones, recordaba.
       Todos estaban encantados con la nueva supervisora de exposiciones. Su cálida y exuberante belleza, su piel inmaculada, su voz dulce, sus ojos profundamente azabache y sus delicadas formas, habían conquistado el corazón y la voluntad de todos sus colaboradores. Nadie sabía que ella era Llania, Llania, la criatura de Bazun.
       Llania se acercó a su escritorio y habló al intercomunicador.
       -¿Está todo listo?- preguntó.
       -Todo dispuesto, Ela, - contestó su secretaria particular- Los autores están en la sala y pronto llegarán los invitados y los medios de comunicación.
       -Ahora mismo bajo para recibirlos.
       Con el más fastuoso de los vestidos que pudo encontrar, Llania salió de su despacho en dirección a salón de recepciones.
       -Este es el primer paso- se dijo- Alguno de mis invitados posee el poder de Terror. Hoy sabré al fin quien de ellos oculta a Terror. La criatura de Bazun estaba decidida a averiguarlo, a escrutar el alma de cada uno de los poderosos invitados. Alguno había alcanzado su poder gracias a Terror, ella descubriría quien.
       Los ojos de azabache atravesaron una a una a las ilustres personalidades que se habían dado cita en la sala de exposiciones. Llania, saludaba a todos tendiéndoles la mano blanca y suave y aprovechando el contacto con la carne humana para escrutar hasta el rincón más recóndito de los cerebros.
       -Terror sabe esconderse- pensó contrariada- Percibo su huella en muchas almas pero su presencia no está impresa en ningún pensamiento ni en ningún recuerdo.
       Los invitados recorrían la sala, opinaban sobre los lienzos y sobre todo charlaban entre ellos, no solo de cosas triviales, sino de futuros negocios y futuras conspiraciones.
       La más alta sociedad de Sidor se había reunido bajo los ojos helados de la criatura de Bazun que luciendo una dulce y encantadora sonrisa, sosteniendo elegantemente en su mano un cóctel de moda, no cesaba la minuciosa investigación de los convidados. -¿Cómo es posible?- súbitamente murmuró.
       El adorable rostro de la falsa Ela se transfiguró en un instante. Una inusitada dureza de hielo y acero se apoderó de sus suaves facciones. No muy alejado de ella, un hombre vestido con un elegante chaqué, charlaba amigablemente en medio de un corro de personalidades.
       -¡No es humano!- advirtió Llania alarmada.
       ¿Qué estaba ocurriendo? ¿De dónde había salido aquella criatura? ¿Alguien además de Bazun necesitaba a Terror?
       Llania carecía de datos para poder responder a todas estas preguntas.
       Por primera vez desde su llegada a Sidor, la incertidumbre se apoderó del corazón de acero y de pócimas de la bellísima criatura. Precipitadamente se apartó de la multitud. Decidió ocultarse de la mirada del otro ser no humano hasta no disponer de nuevas instrucciones. Urgía un contacto con Bazun. ¡Era vital!
       -Me encuentro mal- le dijo a su secretaria- Hazte cargo de todo hasta que vuelva.
       A toda velocidad la falsa Ela abandonó la estancia. Se hallaba tan trastornada que si fuese de carne y hueso, podría decirse que estaba a punto de sufrir un colapso nervioso.
       Llania se estrujaba los dedos en una habitación continua a la sala de recepciones. Pensaba en el modo de ponerse en contacto con su creador. ¡Debía hacerlo! ¡No tenía más opción!
       De pronto la puerta del cuarto en el que se hallaba se abrió.
       -¿Ela? ¿Eres tú Ela de Taigos?
       Un hombre joven la miraba con extrañeza.
       Llania lo recordó inmediatamente. Su imagen se hallaba entre los recuerdos de la verdadera Ela.
       -¡Hola Noi!- le dijo.
       -¿Sabes mi nombre? ¡No pude ser! ¡Tú no eres Ela! ¡No lo eres!
       La criatura de Bazun calló. ¿Qué más podía salir mal en aquella recepción? Rápidamente se acercó al joven aferrándolo por la muñeca.
       -¡Estupendo!- se dijo- Aún no ha hablado de mí con nadie.
       Menos mal que Sidor contaba con millones de oscuros callejones a los que los sidoreños temían más que a nada en el mundo
       -¡Acompáñeme!- le ordenó asiendo fuertemente del brazo.
       El hombre quiso resistirse y luchar pero los ojos helados de azabache de la criatura, lo redujeron en un instante. Como un autómata se dejó conducir por aquella deliciosa mujer hasta el callejón Lomas.
       Llania abandonó el cuerpo en un contenedor de basura, se arregló el peinado y salió del húmedo callejón.
       -Tengo problemas- se dijo- ¡Muchos problemas! 



       Una joven caminaba por las populosas calles de Sidor. Solamente su belleza la distinguía del resto de los transeúntes. Sus ropas y su peinado eran casi idénticos a los de las mujeres que caminaban a su lado. Pero su cuerpo y su alma eran bien distintos. Ella era Llania, la criatura de Bazun.
       Sus ojos azabaches escrutaron la ciudad. Su misión relampagueaba constantemente en su cerebro de hielo verde. Terror era su objetivo. ¿Dónde encontrarlo? En muchas de las gentes que la rebasaban, detectaba la maléfica presencia pero sabía que seguir el rastro de Terror no sería tarea fácil. Su huella en el alma humana era permanente y quizás alguno de aquellos seres que la rodeaban, habían tenido un único contacto con La Bestia en toda su vida y muy posiblemente, por suerte para ellos, jamás se verían obligados a repetirlo. Por lo tanto seguir a los marcados y esperar que estos la condujeran hasta Terror sería del todo inútil.
       Sidor era demasiado grande, una ciudad inmensa. Las gentes se apiñaban como hormigas en hormigueros exteriores y también, desde luego, subterráneos. ¿En cual de ellos se ocultaba Terror?
       Llania adoptó el paso y las maneras de los viandantes. Era la primera vez que estaba en presencia de seres humanos, descontando, por supuesto, a su creador Bazun. Se descubrió admirando sus gestos y la movilidad de su rostro. Tendría que aprender mucho de ellos si quería hacerse pasar por una humana más. Y eso exactamente era lo que tenía que hacer. Su estancia en Sidor no iba a ser corta en el tiempo. Aunque la suerte la acompañase y descubriese pronto la guarida de Terror, reducirlo y capturarlo sería una labor larga, dura y peligrosa.
       -Debo buscar alojamiento y adornarme con una adecuada personalidad humana, con un pasado y un oficio, antes de dar el primer paso.
       Su cerebro de hielo verde disponía de todos los conocimientos necesarios. Solo restaba entrar en acción. Y Llania lo hizo.
       Una joven la adelantó sin prisas por el espacio que los transeuntes usaban para pasear. La criatura forzó un tropiezo. Fue entonces cuando Llania la atravesó con la mirada de azabache.
       -Perdón- se excusó la joven sidoreña.
       Llania solo sonrió y siguió su camino.
       El contacto había sido cálido. El cuerpo de la mujer era suave y blando. Llania había tocado por primera vez carne humana.
       -No me serviría- se dijo olvidando a la joven de inmediato
       Repentinamente una extraña mueca alteró la serenidad de su blanco rostro. Se volvió rápidamente. Sus ojos recorrieron con urgencia a todos los que la rodeaban. Al fin su mirada se detuvo sobre la luna transparente de un vulgar establecimiento de bebidas.
       Una mujer sentada ante una infusión la contemplaba con evidente curiosidad.
       Llania se alarmó por un momento.
       -¿Habrá algún error de adaptación en mi aspecto externo?- se preguntó.
       La hermosa criatura no dudó ni un segundo. Se acercó al bar, empujó la puerta de cristal y en un instante se sentó a la mesa de la mujer que la observaba.
       La joven boquiabierta, entre titubeos, intentaba explicarse.
       -Perdóneme si la he molestado con mis miradas. Siento muchísimo que se haya ofendido. Yo, yo, yo solo la observaba por curiosidad... admiración, quizás... Es usted... hermosa. -terminó murmurando apurada.
       Llania no escuchaba. Llania alargó su mano y agarró con fuerza la muñeca de esta, mientras la atravesaba con sus inquietantes ojos negros.
       -¿Qué hace? ¡Por favor, suélteme! ¿Qué demonios está haciendo? ¡Me hace daño!
       Llania sonrió y aflojó la muñeca. Inmediatamente asió fuertemente su brazo.
       -Acompáñeme
       La arrastró fuera del bar
       -Suélteme, suélteme, déjeme por favor.
       La mujer se resistía. Intentaba librarse del gélido abrazo de Llania. Miraba en rededor en busca de una posible ayuda, pero la criatura la había elegido. Había leído en su interior, gracias al cálido contacto con su carne, todo lo que necesitaba saber. Hasta su talla y su edad debían de ser similares. ¡Llania había elegido!
       -Por favor-
       La mujer sólo musitaba ya. No podía luchar contra la fuerza de Llania y contra su voluntad de hielo verde. Los ojos de azabache clavados en los de la víctima, acallaban sus protestan y aniquilaban su resistencia.
       -¡Ayuda!- murmuró tenuemente cuando Llania la arrastró fuera de la infusionería.
       ¡Nadie la escuchó! ¡Nadie reparó en ella! ¡Nadie podía ayudarla!
       Como en un sueño, mejor dicho, como en la peor de sus pesadillas, la mujer se sintió empujada hasta el final de un oscuro callejón. Allí supo que su tiempo se había agotado.
       -Piedad- fue lo que susurró antes de exhalar el último suspiro.
       Llania sonrió. Se arregló un poco el vestido y volvió al bar. Allí, en la mesa cercana a la luna, le esperaba aún una curiosa infusión caliente y sobre una silla, una maleta con su nueva vida.
       Terror la aguardaba ahí fuera.
       -¡Estoy lista!- murmuró satisfecha. 

 
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